El rincón de Brassens

De Proyecto Krahe

Georges Brassens puede ser considerado como uno de los grandes exponentes de la canción de autor europea. Brassens canta al amor, a los amigos y todo con una gran dosis de ironía. Su voz es suave y su música está cuidada, pues su principal misión es acompañar a la voz. Brassens ha sido traducido a multitud de idiomas. Al castellano lo han traducido entre otros Pierre Pascal, para Paco Ibáñez, Joaquín Carbonell y Javier Krahe. Si quiere ver su cancionero completo traducido le recomiendo Georges Brassens en español.

Javier Krahe ha traducido sólo dos canciones, pero su estilo debe mucho al de Brassens (salvando las distancias). Sus traducciones conservan el espíritu, la gracia... y todo ello sin renunciar a la rima, como en La tormenta. Su traducción es libre pero ciñéndose al texto, intentando producir el mismo impacto en el oyente que en el original en francés:

Avec... , j'avais l'air d'un con, ma mère,
avec... , j'avais l'air d'un con.

que es traducido por:

y yo... como un gilipollas, madre,
y yo... como un gilipollas.

Estas son sus adaptaciones:

  1. La tormenta traducción de L'orage
  2. Marieta traducción de Marinette

Como esta página está dedicada a Javier Krahe, no es mi intención haceros publicidad sobre Brassens. No obstante os recomiendo que leáis el siguiente texto escrito por Joaquín Carbonell:

Brassens, maestro de cantautores

Cualquier joven habituado a escuchar la música de su tiempo, se asombraría, se alucinaría, sí claro, al oír el texto de una de las canciones más vigorosas y rebeldes que ha dado el repertorio de lo que se conoce como cantautor. Ya no es precisa la alucinación; Loquillo, el más lúcido y rebelde de los rockeros (¿cantautor?) actuales pidió prestada la inspiración al mayor emblema de la canción francesa, Georges Brassens, para comunicar todo el desprecio que el hombre siente por aquellos que nos quieren sumisos y conformistas. Con seguridad, los seguidores de Loquillo desconocen que La mala reputación nació hace 45 años y que su autor es uno de los pilares de la cultura francesa.

Georges Brassens, a la derecha, junto a Jacques Brel, a la izquierda, en una entrevista en Radio France en 1969

El 6 de marzo de 1952, un Brassens desesperado se acercaba hasta el cabaret de la Patachou para mostrarle alguno de los temas que habían nacido de su guitarra. Eran canciones contracorriente, textos iconoclastas, irónicos, obscenos, divertidos, entonadas por un tipo desmesurado con pinta de oso adormecido. Patachou escuchó La mauvaise reputation y Le Gorille y quedó impresionada; le pidió que volviese al día siguiente para entonar esas canciones. Brassens se negó; nunca había pensado que él debía ser el intérprete de esos textos: "Las traigo para que las cante usted", le dijo. "No, no, estas canciones son tuyas, debes cantarlas tú mismo". Al día siguiente debutó y todo París hablaba del "descubrimiento". Desde entonces, este hombre hosco, desgarbado, atractivo y despegado de las tentaciones mundanas, se convirtió en el ídolo musical y personal que una Francia rendida por el cansancio de las guerras, necesitaba. Hoy día, todos los hogares galos poseen al menos un ejemplar discográfico de Brassens. Alguien debería contar a todos esos jóvenes que alucinan con los textos underground del rap, que encontraron en la voz de Lou Reed la metáfora del derrotado, que se identifican con la sordidez de un Bukowski encarnado en Tom Waits, alguien debería decirles que esa estética del perdedor, que esa simbología de la rebeldía se encuentra desde hace más de 40 años en Georges Brassens. Así de claro. Brassens fue un anarquista declarado. Un hombre que alcanzó la gloria de ser distinguido con el Premio Nacional de Poesía de la Academia Francesa de la Lengua, desde la constestación de sus textos más viscerales. La anarquía, el amor, el sexo, la ironía y la individualidad, fueron los ejes que marcaron no sólo su obra musical y poética, si no el contorno de su propia vida. Aquellos franceses de postguerra, hacinados en las primeras cadenas de montaje de Citroen, y que sonreían con las edulcoradas historias de Chevalier, fueron los primeros en compartir el espíritu corrosivo de los textos de Brassens. Alguien que decía "Al ver que los pobres gendarmes/ estaban a punto de sucumbir/ me alegré, pues los adoro/ en forma de fiambre", estaba cantando en su mismo idioma, con sus mismas palabras. Ese desprecio feroz por toda forma de control, de dominación, encontró terreno abonado en el espíritu galo que no en vano esculpió aquello de "Libertad, fraternidad, igualdad". Brassens se mofaba de todos los burgueses bienpensantes con los peores insultos que en abundancia posee la lengua francesa. Esa forma de rimar sus pensamientos, esa clarividencia para encontrar un lenguaje popular, directo, humano y divertido, le abrieron el corazón y los hogares de todos sus compatriotas. Brassens ha sido -y sigue siendo- un ídolo, un pedazo del patrimonio telúrico de los franceses. Alguien que siempre vivió alejado del relumbrón del "star system", encerrado en la soledad de Crepières y que una vez al año -por navidades- se acercaba hasta el Bobino a presentar sus canciones comprobando año tras año, cómo las entradas se agotaban con meses de antelación. Alguien le preguntó en cierta ocasión por qué salía a cantar siempre con la pipa en la boca. "Porque soy más fumador que cantante" respondió con lucidez. No era cierto. Brassens fue un magnífico compositor, un apasionado seguidor de jazz, de la tradición musical de tantos guitarristas franceses que han poblado los escenarios. El día que se le reprochó que sus canciones eran monótonas, simples y vulgares, Brassens reunió a sus amigos al frente de Moustache y dejó para el recuerdo un doble album con la versión jazzística de sus éxitos, que asombró a todos los músicos. Georges Brassens murió como quiso morir. Solo, sin ayuda, sin dar pábulo a la piedad. Enfermo de gravedad, pidió a sus familiares que no le atosigasen. Cuando el cáncer de hígado amenazaba con minar sus fuerzas, consintió que le instalasen un timbre con el que pedir ayuda en caso de necesidad. La mañana del 29 de octubre de 1981, sus familiares se encontraron con el cadaver de Georges. Murió a los 60 años sin tocar el timbre. Tal como había vivido. Murió solo, pero rodeado del fervor popular que ni aún hoy le ha olvidado. Enterrado en el cementerio de los pobres de su natal Sète, cerca de donde yace su paisano Paul Valèry ("Si sus versos son de más alto nivel/ mi cementerio es más marino que el de él/ Dejémonos de discusiones", Brassens deja un legado de 12 discos donde el francés medio encuentra la voz de su propio testimonio. La voz de un cantante que sólo se consideró un juglar, un contador de historias: "Tengo verdadero talento para unir unas palabras con otras, pero no creo que se trate de verdadera poesía. Es una especie de habilidad, una ternura que pongo en mis canciones". Qué sabía él...

Joaquín Carbonell
Publicado en la revista GHAITA-1995





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